Educar exige responsabilidad y cuidados infinitos. Aprender a acompañar durante la infancia y adolescencia para evitar que la sobreprotección se convierta en un arma de doble filo, es una de las tareas más importantes como progenitores. 

Protección vs. sobreprotección

Un rasgo singular de los seres humanos es que andamos erectos sobre dos piernas. A diferencia de nuestros antepasados, que andaban a cuatro patas y tenían una cabeza relativamente pequeña, este rasgo requiere disponer de caderas más estrechas. Esto parece irrelevante, pero si tenemos en cuenta que la cabeza de los bebés se hacía cada vez mayor y el tamaño del canal del parto se mantuvo igual, es fácil comprender el porqué la selección natural favoreció el hecho de que los humanos, a diferencia de otros animales, nazcamos menos desarrollados.

Durante algunos años nuestros sistemas más básicos están aún por acabar de desarrollarse (ver, ponerse de pie, caminar, comer, hablar, pensar,…). Esto nos convierte en crías delicadas, vulnerables y totalmente dependientes del cuidado y protección de nuestra madre y padre. Pero puede ocurrir que en nuestro afán por cuidar, y para evitar nuestros mayores temores, en ocasiones caigamos en la sobreprotección.

Así, tiene todo el sentido que desarrollemos estrategias de protección hacia nuestros hijos de manera casi instintiva e incuestionables. A medida que los bebés van creciendo, se nos plantea el gran reto de saber ajustar el cuidado que ofrecemos a nuestros hijos para que se desarrollen como seres cada vez más válidos, libres y autónomos.

La sobreprotección se da cuando no permitimos que nuestros hijos e hijas se enfrenten o resuelvan aquellas situaciones adecuadas a su edad. Por ejemplo, no permitiríamos nunca que una criatura de dos años cruzara una calle sola; pero a los 12 años a lo mejor ya son capaces de ir al cole solos. Cuando tienen tres años es posible que no les dejemos ducharse solos; pero imagináos qué pasaría si intentásemos hacer los mismo cuando tienen 13.  Si lo pensamos detenidamente, al sobreproteger estamos presuponiendo que serán incapaces, no válidos, o que no lo harán bien.

A menudo nos cuesta darnos cuenta de que nuestra actitud frente a ellos les puede perjudicar. La tendencia a la sobreprotección nace del nuestro miedo a verles sufrir, y a sufrir por ello. Una buena intención con consecuencias no tan buenas para ellos.

Tomar decisiones por ellos, la constante supervisión, intervenir en sus conflictos o poner siempre solución a sus problemas sin contar con sus iniciativas o recursos, nos permite evitarles sufrimiento a corto plazo, pero puede tener consecuencias contraproducentes a medio y largo plazo.

Consecuencias de la sobreprotección

  • Impide que nuestros hijos desarrollen sus propias habilidades para afrontar retos y dificultades. En consecuencia, se sienten dependientes y se perciben a sí mismos como incapaces para resolverlas.
  • Dificulta que aprendan a tomar sus propias decisiones y acepten sus consecuencias, es decir, aprendan a ser responsables.
  • La resolución sistemática de los problemas que implica la sobreprotección impide que se expongan a la frustración y por lo tanto tengan mayor dificultad para tolerarla, gestionarla y superarla.

Todo esto no significa que debamos ser más permisivos de lo necesario, no hacerles responsables de sus conductas o exponerles a situaciones que supongan un riesgo. Todas nuestras acciones educativas deben regularse según la edad y características individuales de nuestros hijos e hijas. El apoyo y el arropo son básicos para construir la confianza en sí mismos y su futura autonomía. Pero, como hemos podido ver, la sobreprotección deteriora el desarrollo de destrezas estrechamente vinculadas a la salud e inteligencia emocional de nuestros hijos e hijas. Y esto tiene importantes consecuencias negativas en su manera de afrontar la vida adulta y condiciona su felicidad y sentimiento de éxito vital.

Por lo tanto, a pesar de que la protección y el apoyo son esenciales, deben reajustarse en función de la etapa vital. Así permitimos a nuestros hijos e hijas desarrollarse, aprender y en definitiva, madurar como seres humanos.

¿Cómo ayudarles a ser personas autónomas?

Es importante que exploren el mundo y ofrecerles el valor de la experiencia. 

Enseñarles a enfrentarse “solas” frente a nuevas tareas y retos. Probar, fracasar, y vuelver a intentarlo hasta que conseguir lo que quieran por sí mismas. La práctica es una de las mejores maneras de aprender. También lo es la experiencia de no conseguir siempre lo que quieren, ya que cometerán errores y eso desarrollará su tolerancia a la frustración y su capacidad para esforzarse para superar obstáculos.

Confiar nos permite generar una relación de apoyo

La confianza en sus capacidades y cualidades, y en que todo lo que les hemos transmitido ha calado de alguna forma u otra, nos ayuda a acompañarlos en su toma de decisiones. Si aciertan, es el mejor refuerzo y reconocimiento hacia ellos; si se equivocan no hay mejor forma de aprender.

No depositar nuestros temores en ellos y confiar en que van a ser capaces de afrontar un reto, o al menos, pensar en cómo lo harían ellos aunque necesiten nuestra ayuda, repercute en su autoestima, su autonomía, su ingenio, su iniciativa, su espíritu crítico y en su capacidad resolutiva. Por lo que nos puede ser muy útil revisar que nuestras decisiones como padres/madres no apelen al control, sinó a la confianza en ellos. 

Evitar sistemáticamente que nuestros hijos se sientan mal: pan para hoy y hambre para mañana.

Es inevitable que en ocasiones las personas suframos. Nunca podremos llegar controlar todo lo que sucede a nuestro alrededor y quizá les ayudamos más entrenando la difícil tarea de aprender a gestionar sus emociones. Para que, pase lo que pase, se sientan capaces de poder afrontarlo.

Prevenir el sufrimiento o la frustración a nuestros hijos no les permite desarrollar su inteligencia emocional ni aprender a regular sus emociones para saber sobreponerse ante una dificultad.

Aceptar su propia identidad

A menudo damos por hecho que nuestros hijos se van a parecer a nosotros, que van a perseguir nuestras mismas inquietudes e incluso realizar aquello que nosotros no pudimos. Y parece que nos decepcione confirmar que no es así.

Educar no es clonar y pretender esculpirlos a nuestra voluntad supone invalidar su propia esencia y transmitirles, de un modo u otro, que su manera de ser no satisface nuestras expectativas.

Eso perjudica a la salud emocional de nuestros hijos e hijas y no debemos permitirlo. Necesitan nuestra generosidad con ellos, que aceptemos su manera de mirar el mundo, su manera de ser y posicionarse, que validemos sus decisiones, reforcemos sus cualidades aunque sean otras a las que esperábamos, que seamos pacientes y confiemos en ellos cuando pasen travesías de negativismo, desafío o indiferencia, y podamos ver siempre lo mejor de ellos.

Acompañar vs. dirigir

Aunque pueda parecernos temerario o irresponsable, acompañar se convierte en una inversión de futuro potencialmente productiva. Dejar de estar al frente para dar un paso atrás nos posiciona, paradójicamente, al lado de nuestros hijos, y eso implica concederles más libertad para que tomen iniciativa y sus propias decisiones. 

Aunque es obvio que el apoyo y la educación que debemos ofrecer como madres y padres incluye poner límites, no podemos coartar la personalidad e inquietudes de nuestros hijos. Debemos tener en cuenta que para ellos somos referentes y modelos, para lo bueno y para lo malo.

Acompañar en función de la edad y el momento vital, toma una forma u otra. Pero, en cualquier caso, siempre va reñido con no imponer una manera de funcionar. Se trata de poner a disposición de nuestros hijos todos los recursos necesarios para orientarlos, darles apoyo, poner límites cuando sea necesario y sobretodo fomentar su espíritu crítico.

A pesar de que podemos valorar que nuestros hijos e hijas no disponen de criterio para opinar, decidir y afrontar, que sean aún pequeños no impide poner a sus alcance la toma de decisiones ajustadas a su edad.

Confiar en ellos les permitirá desarrollar su espíritu crítico y capacidades de resolución, habilidades imprescindibles para crecer como personas maduras y con inteligencia emocional.

Comments are closed.