Adaptación al desconfinamiento

La psicología del confinamiento en niños y adultos

Después del largo confinamiento, ahora que todo puede empezar a ponerse en su sitio,  ¿Sientes cierto reparo o incluso miedo a volver a retomar lo que la llaman “la nueva normalidad”? ¿A tu hija/hijo no le apetece salir de casa después de estar tanto tiempo encerrado?

La adaptación al desconfinamiento en niños

‘Ya no me apetece salir de casa’

A lo largo de los días son muchos padres y madres que comentan sorprendidas que a sus hijos/as no les apetece salir de casa o bien se cansan rápido de estar en la calle.

Ni se están deprimiendo, ni se están convirtiendo en amebas, ni les está invadiendo el sedentarismo profundo, sencillamente ¡se están adaptando!

De golpe la versión que ellos conocen de estar por la calle o ver a los amigos ha quedado obsoleta, con lo que tienen que aprender de nuevo algo distinto. Ni más ni menos, tienen que aprender a relacionarse de otro modo tanto con las personas como con las cosas, así como sostener la frustración que eso implica.

Claro que quieren salir, pero el mundo exterior ya no funciona como antes y eso implica una adaptación.

El cerebro desconfinado: ¿cuándo nos adaptamos mejor?

Psicología del desconfinamiento

Por un lado, sabemos que el lóbulo frontal del cerebro humano es el encargado de que podamos interrumpir nuestras reacciones en caso que estas no sean adaptativas para una situación concreta y así poner en marcha las que llamamos funciones ejecutivas. Éstas, básicamente son procesos mentales encargados, entre otros, de dirigir nuestras acciones para la consecución de objetivos concretos, monitorizar y cambiar al conducta en caso necesario, así como planificar la conducta futura cuando nos enfrentamos a tareas o situaciones nuevas.

Pero, ¿por qué hablar ahora de neurociencia? Pues resulta que a nivel evolutivo se considera que es entre los 18 y 21 años cuando los lóbulos frontales alcanzan su maduración relativamente completa, por lo que no es una coincidencia que la edad en la que se considera que una persona es adulta corresponda con la edad de maduración cerebral.

La adaptación como proceso de aprendizaje

Así, cuando hablamos de adaptación, hablamos de saber regular impulsos emocionales, de saber planificar estrategias para lograr nuestros objetivos o de modificar un plan de manera flexible, por ejemplo. Por lo tanto, sabiendo que todos estos procesos mentales no están al mismo alcance para los niños que para los adultos, quizá percibimos distinto el papel que les toca vivir ahora ya que afrontar cambios bruscos y repentinos puede suponer una tarea mucho más difícil para ellos.

Por otro lado, dicha adaptación implica un proceso de aprendizaje y por lo tanto, de tiempo y de ensayo-error. Si recordamos cuándo aprendieron a comer con el tenedor, veremos una situación parecida. 

¿Cómo podemos ayudar a los niños a adaptarse al desconfinamiento?

Poner mucho empeño en comprenderlos es básico, intentar reducir la distancia entre los peques y los adultos, como si pudiéramos bajar a sus alturas y poder mirar desde donde ellos miran y experimentan el mundo, nos puede ayudar a conectar con aquella manera de ver y sentir, que un día también fue la nuestra.

Claves para ayudarlos en las fases de desconfinamiento

Que los peques asuman este aprendizaje como un reto un poco más ameno y divertido va a facilitar su proceso de adaptación al desconfinamiento.

Doy algunas claves para ello:

  • Afrontar con ellos la tarea de interiorizar nuevos hábitos como si se tratara de un entrenamiento divertido de nuevas conductas.
  • Reforzar positivamente el esfuerzo que están haciendo.
  • Ofrecerles la oportunidad de equivocarse, sin broncas ni mensajes alarmistas transformando el “fracaso” en un aprendizaje.
  • Buscar medidas compensatorias que reduzcan el riesgo de contagio en caso de que se despisten o se equivoquen.
  • Usar el juego como herramienta, como por ejemplo, proponiendo pruebas o retos mientras salimos a la calle con ellos en clave de juego de pistas para desarrollar su capacidad de atención a las medidas preventivas que van a tener que interiorizar.
  • Pensar con ellos alternativas imaginativas y divertidas sobre cómo poder mostrar afecto y cariño a sus amigos de un modo distinto, de forma que les permita mantener el vínculo con ellos.

¿Cuánto supone para ellas no poder abrazar a los amigos, a los que llevan tanto tiempo sin poder ver o no poder ensuciarse sin preocupaciones en el parque, en el que ahora ni tan siquiera pueden jugar? ¡Menuda sacudida!

Ante esa posible frustración, les va a reconfortar ver que intentamos poner mucha voluntad para entenderla y acogerla como buenamente podemos. Ofrecerles nuestra escucha y animarlos a que compartan el malestar con nosotros son buenas condiciones para el hallazgo de posibles soluciones.

La adaptación al desconfinamiento en adultos

‘Qué pereza volver a ‘mi vida normal»

¿Pero, ¿ y qué pasa con los adultos?

En cuanto a los adultos, puede suceder justamente lo contrario que con los niños. ¿Por qué?

Confinamiento y desconfinamiento: adaptación por partida doble

Adaptarse a la desescalada

Por un lado, poniendo en valor las funciones ejecutivas de las que hablábamos anteriormente, nuestra capacidad de adaptación ha sido más veloz que la de ellos en esta circunstancia. Por lo tanto, habiendo interiorizado ya el confinamiento como la nueva modalidad de vida, pasados 3 meses nos toca volvernos a adaptar a justamente lo contrario: el desconfinamiento.

Las dificultades de desconfinarse

Por otro lado, todos los cambios a pesar de sentirlos como positivos, siempre implican ganancias y pérdidas. ¿Y eso qué significa? Pues por muy grande que sea el deseo de que la situación mejore, las pérdidas que implica este cambio pueden generarnos cierto malestar. Entre ellas, por ejemplo:

  • La pérdida de confort.
  • Añorar el sentirnos a salvo en casa.
  • El miedo a perder una rutina que nos ha parecido agradable.
  • El esfuerzo a tener que adaptarnos a trabajar en condiciones más incómodas
  • Volver a reestablecer horarios nuevos perdiendo hábitos cotidianos de los que antes de confinarnos no podíamos disfrutar.

El estado de alarma genera cautela, pero el miedo se queda.

El coste de instaurar el miedo como brújula moral

Por último, la necesidad de los medios y los políticos de exponer la magnitud del peligro al que estábamos sometidos, con el fin de que nos encerráramos como medida de protección, ha sido un golpe drástico con impacto emocional para muchos. Se ha instaurado un miedo, que si bien ha sido funcional para que tomáramos consciencia y medidas, ahora nos estorba para encauzarnos hacia la otra dirección.

Tiempo al tiempo

En dichas circunstancias, darse un tiempo para que el miedo vaya desprendiéndose puede formar parte del proceso de adaptación.

Si la cosa no fluye, afrontar es mejor que esperar

Psicología de la desescalada

En los casos en que notéis que os está costando más de lo habitual, que sintáis que no arrancáis, o que os molestan síntomas como la ansiedad, el insomnio, la apatía, la hipocondría o los pensamientos obsesivos, no dudéis en poneros en contacto con algún profesional de la psicología para que os ayude a avanzar por la nueva etapa más aliviados. En momentos de cambios e incertidumbre más vale llevar las emociones y acciones al día que quedarnos en el limbo del malestar. Así, cada nuevo paso, sea cual sea, podrá hacerse con mayor seguridad y confianza.

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